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Inmadurez en tiempos de Facebook

El día del amor dije en público algo privado. Me tomé la libertad de hacerlo porque mi ingenuidad y supongo que mi inmadurez quizá, me lo permitieron.

Me dijo él, que tuve un “lapsus”, no lo creo así; pero ¡vaya! que nos reímos juntos y un buen rato. Ambos sabemos que no necesito publicar en su muro ni en el mío,  algo que solo con mirarnos lo asentimos.

El comenzar esta nota escribiendo sobre algo privada podría seguir siendo inmadurez, casualmente hace unos días leí un artículo titulado: “La Inmadurez en los tiempos de Facebook” y describe este tipo de situaciones.

Hablando de enamorados, el artículo señala: “Terminamos publicando en nuestro muro de Facebook alguna frase, imagen o canción, que solo entenderá quien lo postea y por supuesto, ese personaje que nos acaba de terminar, o al que le terminamos”.

Al respecto, considero que una publicación lo entiende quien logra verlo o, por lo menos, el 20 por ciento de nuestros contactos a los que nos permite llegar el esta red; que no lo comprendan en su exactitud ya es otra cosa. Pero  solemos ser tan obvios, tratándose de emociones.

¡Señores!, todo comunica. Es uno de los axiomas de la comunicación. Y con más precisión las palabras e imágenes.

¿Será que somos lo que publicamos? ¿Formaremos parte de la legión a la que hace referencia Umberto Eco? En contrapartida, queda claro que: “Las Redes Sociales no han necesitado de reflexiones teóricas para distribuir de manera equitativa el poder de la comunicación”, como dice la Molmitos.

Más que idiotas, yo creo que somos inmaduros. Y, también, sabemos que el contenido de las redes sociales es el reflejo de la sociedad.

En algunos casos la inmadurez suele se circunstancial y en otros permanente, lamentablemente, en lo segundo encajan muchos; que escondidos detrás de un nombre de usuario se creen jueces.

Seguro que todos pecamos, alguna vez, de ingenuos o nos dejamos llevar por el calor del momento; y terminamos publicando lo que debería ser estrictamente privado. A nadie le afecta mientras tengamos claro que nuestros derechos terminan donde comienzan los de los demás.

Publiqué en su muro algo privado sin preguntarle, ¡vaya lapsus!  Más que afectarle, me dijo él,  fui en contra de lo que a diario predico. Literalmente expuse mis sentimientos.

No sé, si por lo exageradamente explícito no tuvo repercusiones, pero me permitió escribir con madurez y contextualizar la inmadurez en tiempos de Facebook.

Imagen: ijmaki en Pixabay

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